Los conflictos, aquellas situaciones en las que una persona percibe que otra la ha afectado de manera negativa en algo que ella estima, son parte de nuestra vida. Están presentes en las relaciones familiares, en el trabajo, en la escuela y en cualquier espacio donde esté presente el ser humano, son parte de su naturaleza. Pero si bien, la existencia del conflicto es natural, su resolución no cuenta con una receta definida, si no que ante una misma situación conflictiva, las personas actuamos de diversa forma: discutir, pelear, hablar, quedarnos callados, salir corriendo, etc. Lo forma de responder nos es la misma, cada uno/a maneja su estilo al momento de enfrentar los conflictos.
Los estilos podemos agruparlos en tres bloques: de escape, de lucha o competencia y de resolución. Entre los estilos de escape identificamos a quienes buscan negar el conflicto, es decir aparentar que todo está bien a pesar de saber que algo anda mal, no atreverse a decir nada. Por otro lado está el estilo de quienes optan por evitar y se escudan en frases como “hoy no tengo tiempo, mañana conversamos” “es mejor no hacerse problemas” “las cosas no marchan bien, pero pueden ser peor”. Un tercer estilos de escape es el acomodarse y ajustar nuestras opiniones, deseos y comportamientos a las expectativas del otro, a pesar de estar en desacuerdo con él. Como vemos, cada uno de los estilos de escape mantienen latente el conflicto, sin embargo, hay momentos que es oportuno hacer uso de ello, sobre todo cuando el móvil del conflicto es algo de poca importancia para una de las partes.
En relación al bloque de lucha o competencia, en la que la persona busca querer ganar siempre, encontramos el estilo arrogante en la que desmerecemos o rebajamos a una de la partes a través de observaciones u comentarios denigrantes y sutiles: “qué se puede esperar de una persona como ella, sin educación” “para que perder el tiempo contigo” o “no te da el pelo”, etc. Otro es el estilo de batalla en el que nos manejamos por la creencia que siempre tenemos la razón y por ende hay que ganar ya que partimos de la premisa que en un conflicto siempre hay ganadores y perdedores. Con ambos estilos podemos creer que hemos resuelto el conflicto, sin embargo, no resulta así, estará latente debido a que una parte quedará insatisfecha. Sin embargo, hay situaciones en la que es pertinente hacer uso de estos estilos, sobre todo cuando está en juego la dignidad y los derechos de las personas.
Finalmente, tenemos los estilos de resolución. Entre ellos encontramos la negociación mediante la cual buscamos un punto medio en el que por los menos parte de los intereses sean atendidos. Por otro lado está el estilo de colaboración mediante el cual buscamos encontrar una solución que satisfaga los intereses y necesidades de ambas partes. Ambos estilos suponen un desafío a la creatividad y resultan cuando cada persona reconoce lo que es significativo y cede en lo que es menos importante.
Los estilos podemos agruparlos en tres bloques: de escape, de lucha o competencia y de resolución. Entre los estilos de escape identificamos a quienes buscan negar el conflicto, es decir aparentar que todo está bien a pesar de saber que algo anda mal, no atreverse a decir nada. Por otro lado está el estilo de quienes optan por evitar y se escudan en frases como “hoy no tengo tiempo, mañana conversamos” “es mejor no hacerse problemas” “las cosas no marchan bien, pero pueden ser peor”. Un tercer estilos de escape es el acomodarse y ajustar nuestras opiniones, deseos y comportamientos a las expectativas del otro, a pesar de estar en desacuerdo con él. Como vemos, cada uno de los estilos de escape mantienen latente el conflicto, sin embargo, hay momentos que es oportuno hacer uso de ello, sobre todo cuando el móvil del conflicto es algo de poca importancia para una de las partes.
En relación al bloque de lucha o competencia, en la que la persona busca querer ganar siempre, encontramos el estilo arrogante en la que desmerecemos o rebajamos a una de la partes a través de observaciones u comentarios denigrantes y sutiles: “qué se puede esperar de una persona como ella, sin educación” “para que perder el tiempo contigo” o “no te da el pelo”, etc. Otro es el estilo de batalla en el que nos manejamos por la creencia que siempre tenemos la razón y por ende hay que ganar ya que partimos de la premisa que en un conflicto siempre hay ganadores y perdedores. Con ambos estilos podemos creer que hemos resuelto el conflicto, sin embargo, no resulta así, estará latente debido a que una parte quedará insatisfecha. Sin embargo, hay situaciones en la que es pertinente hacer uso de estos estilos, sobre todo cuando está en juego la dignidad y los derechos de las personas.
Finalmente, tenemos los estilos de resolución. Entre ellos encontramos la negociación mediante la cual buscamos un punto medio en el que por los menos parte de los intereses sean atendidos. Por otro lado está el estilo de colaboración mediante el cual buscamos encontrar una solución que satisfaga los intereses y necesidades de ambas partes. Ambos estilos suponen un desafío a la creatividad y resultan cuando cada persona reconoce lo que es significativo y cede en lo que es menos importante.
Cada uno de estos estilos tienen que ir acompañados de ciertas actitudes y habilidades que favorecen la resolución de los conflictos, como: Habilidad de escucha, comprensión de las razones y sentimientos de la otra parte, expresión de opiniones y sentimientos con claridad y veracidad, objetividad al dar opiniones y críticas a los otros, apertura frente a las opiniones y puntos de vista de los otros y algo que es fundamental, atacar el problema y nunca a la persona. De esta manera, la resolución de los conflictos implica toda una pedagogía del diálogo y comunicación asertiva en la que nuestras palabras y acciones demuestran respeto por nuestra persona y por la de los demás, que permite comunicar nuestras necesidades, sentimientos y deseos, sin violar o abusar los derechos de los demás. Hay que buscar ser durísimos con el problema pero muy cariñosos con las personas y en función a ello elegir un estilo para enfrentar nuestros conflictos.
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