Una de las grandes preocupaciones a la que estemos asistiendo en estos últimos tiempos es lo que hoy llamamos el calentamiento global, fenómeno cuyas consecuencias ya estamos sufriendo: desertificación, deshielos, variaciones en el clima, incendios forestales, sequías, etc. La lista es grande, así como grande la preocupación de algunos y la indiferencia de la inmensa mayoría de los/as habitantes del globo. Desde luego, nuestro país no podía escapar a los efectos de este calentamiento. Según estudios de la Universidad de Ohio, el Quelccaya, el glaciar tropical más grande del mundo, presenta un retroceso de sesenta metros anuales, lo que implica su mayor disminución en 5.000 años. Así mismo, esta semana, nos informaban que el Pastoruri, el nevado más importante de la cordillera blanca, acaba de quebrarse. De esta manera, los efectos del calentamiento global avanzan y amenazan la vida en la tierra.
Lo sorprendente de este calentamiento, es que no se debe a “caprichos” naturales, tampoco al azar, ni muchos menos al castigo divino o al cumplimiento de los signos escatológicos. Sus causas están relacionadas directamente a las acciones de cada una de las personas del planeta. Está en quienes hemos adoptado malas prácticas en la satisfacción de nuestras necesidades que nos llevan a explotar nuestra naturaleza de manera irracional, terminando por contaminar la poca agua dulce que hay, el aire que respiramos, los suelos que trabajamos y cualquier lugar en el que nos movemos. Existen tan malas prácticas en la forma de relacionarnos con nuestro entorno que no dudamos en votar la basura en el lugar que se nos antoje sin medir consecuencias, talar árboles sin importar el daño ecológico que causamos, quemar los pocos bosques que tenemos. En fin, son las propias manos de quienes vivimos en este mundo las que se están encargando de acabar con él.
Estas mismas manos tienen aún la posibilidad de remediar la situación. Muy bien haríamos, en solidaridad con las futuras generaciones, por cambiar estas malas prácticas por unas buenas prácticas mediante las cuales satisfacer nuestras necesidades sin comprometer la satisfacción de las necesidades de las generaciones que vienen. Eso pasa por entender que podemos vivir en armonía y respeto con nuestra naturaleza que nos alimenta. Una buena práctica, por muy pequeña que sea, contribuye a revertir el problema del calentamiento global. Podemos empezar, por ejemplo, por dejar de tirar los papeles al piso, mantener limpias nuestras calles, embellecer nuestros pueblos cuidando sus jardines, aplicar técnicas de riego que nos permitan aprovechar mejor el agua, cambiar pesticidas y herbicidas por abonos y foliares orgánicos, disminuir las emisiones de gases contaminantes a la atmósfera. Las experiencias de buenas prácticas son muchas y variadas, ¿cuál es su buena práctica amigo/a lector/a?.
Una buena práctica, en definitiva, es una acción concreta, innovadora, que promueve el desarrollo bajo criterios de rentabilidad económica, aprovechamiento social, sostenibilidad ambiental y responsabilidad ética. Criterios que muy bien podemos aplicar en la satisfacción de nuestras necesidades en las fiestas de fin de año. Qué mejor celebración navideña o recepción del nuevo año que contribuyendo con la salvación del planeta, a ejemplo de Jesús, que no dudó en morir por salvarnos.
Lo sorprendente de este calentamiento, es que no se debe a “caprichos” naturales, tampoco al azar, ni muchos menos al castigo divino o al cumplimiento de los signos escatológicos. Sus causas están relacionadas directamente a las acciones de cada una de las personas del planeta. Está en quienes hemos adoptado malas prácticas en la satisfacción de nuestras necesidades que nos llevan a explotar nuestra naturaleza de manera irracional, terminando por contaminar la poca agua dulce que hay, el aire que respiramos, los suelos que trabajamos y cualquier lugar en el que nos movemos. Existen tan malas prácticas en la forma de relacionarnos con nuestro entorno que no dudamos en votar la basura en el lugar que se nos antoje sin medir consecuencias, talar árboles sin importar el daño ecológico que causamos, quemar los pocos bosques que tenemos. En fin, son las propias manos de quienes vivimos en este mundo las que se están encargando de acabar con él.
Estas mismas manos tienen aún la posibilidad de remediar la situación. Muy bien haríamos, en solidaridad con las futuras generaciones, por cambiar estas malas prácticas por unas buenas prácticas mediante las cuales satisfacer nuestras necesidades sin comprometer la satisfacción de las necesidades de las generaciones que vienen. Eso pasa por entender que podemos vivir en armonía y respeto con nuestra naturaleza que nos alimenta. Una buena práctica, por muy pequeña que sea, contribuye a revertir el problema del calentamiento global. Podemos empezar, por ejemplo, por dejar de tirar los papeles al piso, mantener limpias nuestras calles, embellecer nuestros pueblos cuidando sus jardines, aplicar técnicas de riego que nos permitan aprovechar mejor el agua, cambiar pesticidas y herbicidas por abonos y foliares orgánicos, disminuir las emisiones de gases contaminantes a la atmósfera. Las experiencias de buenas prácticas son muchas y variadas, ¿cuál es su buena práctica amigo/a lector/a?.
Una buena práctica, en definitiva, es una acción concreta, innovadora, que promueve el desarrollo bajo criterios de rentabilidad económica, aprovechamiento social, sostenibilidad ambiental y responsabilidad ética. Criterios que muy bien podemos aplicar en la satisfacción de nuestras necesidades en las fiestas de fin de año. Qué mejor celebración navideña o recepción del nuevo año que contribuyendo con la salvación del planeta, a ejemplo de Jesús, que no dudó en morir por salvarnos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario