Piura se caracteriza por ser una de las regiones más ricas del país, es una gran suma de potencialidades y posibilidades a nivel de recursos naturales. Sin embargo, la mejor riqueza con la que puede y debe contar nuestra región es, sin duda, su gente con sus usos y costumbres; toda su cultura que comprende las estructuras profundas de la vida humana manifestada a través de los valores, instituciones y prácticas concretas de toda sociedad así como la totalidad de significados y relaciones sociales que definen determinado tipo de colectividades humanas y las distinguen de otras. En Piura, sin duda tenemos un grande potencial cultural a nivel del litoral, el desierto y en sus alturas.
Sin embargo, este potencial humano no está siendo aprovechado. Por el contrario, las relaciones entres las culturales están marcadas fuertemente por la discriminación, el desencuentro y el enfrentamiento. Muchas culturas del territorio piurano se caracterizan por su elevado índice de pobreza y marginación que se visualiza en la ausencia y deficiencia de los servicios básicos, acceso limitado a los servicios de salud, educación y empleo, lo que los coloca en una situación de subsistencia. A ello tenemos que sumar la discriminación y el racismo de la que son víctimas. Ser cholo, serrano o paisano en Piura es arrogarse toda una carga peyorativa y despectiva que limita la libre expresión cultural de cada una de nuestros conciudadanos. Incluso, esta discriminación hacia el cholo, paisano o serrano la notamos desde las mismas élites políticas y públicamente se manifiesta en la degradación o ausencia de programas concernientes, por ejemplo, a la pequeña agricultura de la cual dependen muchos grupos culturales. A ello le sumamos la inacción del Estado a favorecer el diálogo y respeto entre las culturas. Por el contrario, en muchas ocasiones notamos una especie de movilización encubierta para desalentar procesos de interculturalidad y favorecer el desencuentro cultural con el fin de beneficiar a grandes intereses económicos.
Un caso paradigmático donde claramente podemos ver la discriminación existente en la región es el caso Majaz. Campesinos de las Provincias de Ayabaca y Huancabamba que se oponen a la explotación minera por considerarla una amenaza al medio ambiente, sobre todo al recurso agua, suelo y bosque. Esta oposición ha hecho que líderes y comuneros de dichas comunidades sean considerados como ignorantes, opuestos al desarrollo o en palabras de representantes del mismo estado como “agitadores sociales y manipuladores del pueblo”. Si bien un sector de la población reconoce el derecho de estos pueblos a defender su territorio, no se ha dejado de lado la desvaloración que se hace a los campesinos, a quienes en la actualidad se les cataloga como “salvajes”, “violentos”, con los que no se puede dialogar.
Ello nos lleva a afirmar que las culturas que se diferencian de la hegemónica son un enigma para la mayoría de personas y el Estado. Por ello es necesario salir al encuentro hacia los demás, encuentro que solo es posible en la medida que afirmamos nuestra propia identidad y promovamos una nueva forma de relacionamiento e interacción social y cultural en condiciones de igual y legitimidad. Como dice el reconocido Carlos Iván Degregori, el desafío de asumir, reconocer y convertir en un “activo social” esta enorme heterogeneidad cultural nos daría mayor solidez para estar intercomunicados con el mundo con relaciones de mayor igualdad.
Ante un panorama que discrimina y busca neutralizar a quien comparte culturas diversas es urgente y prioritario como afirma Catherine Walsh, apostar por construir sociedades interculturales, sustentadas en la riqueza de la diversidad, el respeto mutuo y la igualdad, es un requerimiento para la supervivencia pacífica y el desarrollo futuro de la humanidad. Pero la interculturalidad no va a venir hacia nosotros; nosotros, todos, tenemos la necesidad y la responsabilidad de buscarla y construirla.