martes, 30 de septiembre de 2008

ESTILOS DE RESOLVER LOS CONFLICTOS

Los conflictos, aquellas situaciones en las que una persona percibe que otra la ha afectado de manera negativa en algo que ella estima, son parte de nuestra vida. Están presentes en las relaciones familiares, en el trabajo, en la escuela y en cualquier espacio donde esté presente el ser humano, son parte de su naturaleza. Pero si bien, la existencia del conflicto es natural, su resolución no cuenta con una receta definida, si no que ante una misma situación conflictiva, las personas actuamos de diversa forma: discutir, pelear, hablar, quedarnos callados, salir corriendo, etc. Lo forma de responder nos es la misma, cada uno/a maneja su estilo al momento de enfrentar los conflictos.

Los estilos podemos agruparlos en tres bloques: de escape, de lucha o competencia y de resolución. Entre los estilos de escape identificamos a quienes buscan negar el conflicto, es decir aparentar que todo está bien a pesar de saber que algo anda mal, no atreverse a decir nada. Por otro lado está el estilo de quienes optan por evitar y se escudan en frases como “hoy no tengo tiempo, mañana conversamos” “es mejor no hacerse problemas” “las cosas no marchan bien, pero pueden ser peor”. Un tercer estilos de escape es el acomodarse y ajustar nuestras opiniones, deseos y comportamientos a las expectativas del otro, a pesar de estar en desacuerdo con él. Como vemos, cada uno de los estilos de escape mantienen latente el conflicto, sin embargo, hay momentos que es oportuno hacer uso de ello, sobre todo cuando el móvil del conflicto es algo de poca importancia para una de las partes.

En relación al bloque de lucha o competencia, en la que la persona busca querer ganar siempre, encontramos el estilo arrogante en la que desmerecemos o rebajamos a una de la partes a través de observaciones u comentarios denigrantes y sutiles: “qué se puede esperar de una persona como ella, sin educación” “para que perder el tiempo contigo” o “no te da el pelo”, etc. Otro es el estilo de batalla en el que nos manejamos por la creencia que siempre tenemos la razón y por ende hay que ganar ya que partimos de la premisa que en un conflicto siempre hay ganadores y perdedores. Con ambos estilos podemos creer que hemos resuelto el conflicto, sin embargo, no resulta así, estará latente debido a que una parte quedará insatisfecha. Sin embargo, hay situaciones en la que es pertinente hacer uso de estos estilos, sobre todo cuando está en juego la dignidad y los derechos de las personas.

Finalmente, tenemos los estilos de resolución. Entre ellos encontramos la negociación mediante la cual buscamos un punto medio en el que por los menos parte de los intereses sean atendidos. Por otro lado está el estilo de colaboración mediante el cual buscamos encontrar una solución que satisfaga los intereses y necesidades de ambas partes. Ambos estilos suponen un desafío a la creatividad y resultan cuando cada persona reconoce lo que es significativo y cede en lo que es menos importante.

Cada uno de estos estilos tienen que ir acompañados de ciertas actitudes y habilidades que favorecen la resolución de los conflictos, como: Habilidad de escucha, comprensión de las razones y sentimientos de la otra parte, expresión de opiniones y sentimientos con claridad y veracidad, objetividad al dar opiniones y críticas a los otros, apertura frente a las opiniones y puntos de vista de los otros y algo que es fundamental, atacar el problema y nunca a la persona. De esta manera, la resolución de los conflictos implica toda una pedagogía del diálogo y comunicación asertiva en la que nuestras palabras y acciones demuestran respeto por nuestra persona y por la de los demás, que permite comunicar nuestras necesidades, sentimientos y deseos, sin violar o abusar los derechos de los demás. Hay que buscar ser durísimos con el problema pero muy cariñosos con las personas y en función a ello elegir un estilo para enfrentar nuestros conflictos.

DEMOCRACIA, TAREA PENDIENTE


En julio, una encuesta del Instituto de Opinión Pública de la Pontificia Universidad Católica del Perú mostraba que el 64% de los entrevistados se siente insatisfecho o muy insatisfecho con la democracia y solo el 35% estaba muy satisfecho o satisfecho. Sin embargo y pese a este elevado porcentaje de insatisfacción, es muy sugerente que un 62% cree que la democracia es la mejor forma de gobierno. Por otro lado, es cada vez más creciente el número de peruanos/as que les da lo mismo cualquier forma de gobierno o que en ciertas ocasiones es aceptable un gobierno no democrático. Estas cifras nos muestran que la democracia, el pueblo autogobernándose, está en crisis y que aún no ha terminado de hacer asidero en las actitudes tanto de los gobernantes y gobernados. Estos últimos ven vulnerados sus derechos en la medida que la desigualdad, pobreza y exclusión ha crecido. La democracia, lejos de ser un estilo de vida, se ha convertido en un asistir a las urnas, cada cuatro o cinco años, obligados por criterios como el que tengo que cumplir y no hacerse merecedor de una multa que ya de por si contradice uno de los principios fundamentales de la democracia: la libertad. En definitiva, la democracia se ha convertido, para muchos peruanos y peruanas en una cuestión ajena que hace referencia a terceros la responsabilidad de asumirla.

Así como a nivel de ciudadanos se ve una crisis frente al entendimiento de la democracia, a nivel de representantes el panorama es similar. A este nivel, también se presentan características que traicionan los principios democráticos. Muchos de los elegidos la entienden como posibilidad de hacer lo que deseen, incluso traicionar el compromiso por el que fueron electos y le “sacan la vuelta” a la voluntad popular. Vivimos una avalancha de tránsfugas que traiciona, no solo la voluntad popular, sino también los propios principios del partido o movimiento por el que fueron elegidos. Junto al transfugismo existe una práctica más escandalosa y repudiable: los casos de autoridades electas que anteponen sus intereses personales y familiares a los intereses del pueblo que los eligió. La democracia es utilizada para alcanzar el beneficio exclusivamente personal antes que el bien común.

Estos comportamientos han dado como resultado la fragilidad del sistema democrático que, como muy bien señala José Nun, nos muestra una “una gran desigualdad unida a una gran pobreza y a una gran polarización”. Características que no son ajenas a nuestro país en el que, siguiendo a Nun, se presenta como una sociedad de 60, 30 y 10, es decir, donde el 20% más rico se apropia del 60% del total de los ingresos, el 40% del 30% y el restante 40% más pobre sólo se apropia del 10% de los ingresos del país.

Dada esta situación es importante plantear estrategias que contribuyan a revertir la infidelidad a los principios y valores democráticos. Una primera consideración al respecto está en la importancia que tenemos que dar a fortalecer la participación ciudadana, es decir, el involucrar a la población en la toma de decisiones públicas y vigilar su efectivo cumplimiento. De aquí surge la necesidad de una propuesta pedagógica que generar capacidades y habilidades para la participación ciudadana a tal punto que, como muy bien señala Nelson Manrique, supere la existencia de una república sin ciudadanos, donde una minoría se siente la encarnación de la nación y con el derecho de excluir a las grandes mayorías, consideradas ajenas al país, en una flagrante contradicción con el ideario democrático consagrado en sucesivas constituciones.

Por otro lado, es fundamental hacer realidad, de forma decidida, la descentralización en el país ya que parafraseando a Fernando Tuesta “la precariedad de la democracia en el Perú tiene una relación profunda con el centralismo. El proceso de constitución del Perú como nación se ha realizado en torno a un patrón de desarrollo desigual que concentra los recursos económicos y humanos en determinadas ciudades de litoral, subdesarro­llando su entorno inmediato. Este proceso ha llegado a su extremo en Lima, que es donde terminan todos los circuitos de poder, económico, político y simbólico. No se trata sólo de que existe una distribución inequitativa de los recursos económicos y humanos. El problema fundamental es la existencia de un patrón de desarrollo que lleva las desigualdades al extremo”.

Una tercera propuesta para la consolidación de la democracia en el país es la apuesta por superar patrones culturales de discriminación y racismo. Es muy fuerte la desvaloración del conciudadano por cuestión de color, origen, economía, etc, que ha fragmentado al Perú, y a internalizado la denominada sociedad estamental, donde se cree que cada uno tiene su lugar y donde la movilidad social no es legítima. Aquí hay una tarea pendiente que muy bien haríamos en prestar más atención mediante programas de sensibilización y la consolidación de una legislación acorde a la pluralidad y la diversidad del Perú.

Es importante señalar, siguiendo a Tuesta que “los lineamientos aquí señalados podrán ponerse en práctica sólo si existe una voluntad política para realizar el cambio”. Recordar también que “no existe comunidad política democrática en donde las reglas de juego no sean estables y respetadas” buscando ajustarlas a intereses individuales, característica muy común en nuestro país. Por ello, nuestra propuesta pasa por advertir a la ciudadanía que evadir el compromiso con los principios democráticos, es sencillamente renunciar al proyecto de un país libre de pobreza, exclusión y polarización que anhelamos. Aquí, definitivamente hay una tarea pendiente que no puede esperar.

lunes, 8 de septiembre de 2008

MIEDO Y DOLOR EN LAS CALLES


La sangre se enfrió cuando leí en los diarios que, de un balazo en la cabeza, habían liquidado la vida de un niño de tan solo un año de nacido. La primera impresión, sin duda, fue de horror, seguido de expresiones de impotencia; ¿hasta dónde puede llegar la salvajada del ser humano?, ¿hasta dónde somos capaces de convertirnos en nuestros propios carniceros?. La violencia en Piura y en el país se está desbordando y tomando niveles muy altos. Al respecto, el Centro de Emergencia Mujer nos informaba que hasta junio del presente se habían registrado más de 130 casos de denuncias de violencia familiar. Por otro lado, si damos una mirada a lo que reportan los diarios, las primeras planas están copadas de asesinatos, violaciones, secuestros, enfrentamientos, robos, suicidios, que se incrementan cada día. En definitiva, tenemos una sociedad que está convirtiendo, siendo un poco optimista, la violencia en su modo de vida, la tiene a flor de piel. Hay dolor y terror en las familias, en las calles, en los barrios y en la sociedad. Con este panorama es imposible que podamos avanzar, pues resulta doblemente difícil progresar y hacer realidad las condiciones para una vida digna de todos y todas.

La violencia social a la que asistimos no es gratuita ni tampoco podemos atribuirla a causas biológicas. Los factores que la generan son varios. Uno de los fundamentales es lo que denominamos la exclusión social de la que son víctimas miles y miles de peruanos y peruanas a lo largo y ancho de nuestro país. Poblaciones enteras que están al margen de lo que sucede en el país y no reciben beneficios por parte del Estado. Baste recorrer nuestros asentamientos humanos de Piura y Castilla para darnos cuenta de ello; lugares sin servicios de agua, luz ni desagüe, familias enteras viviendo en medio de cuatro esteras, niños desnutridos y obligados a trabajar, jóvenes sin lugares para su sano esparcimiento y sin posibilidad de emplearse o educarse adecuadamente. En fin, la situación de exclusión y marginalidad de la que son víctimas ha calado tan fuerte que, algunos, han terminado por creer que han nacido determinados a ser pobres y que la causa por la que lo son, son ellos mismos.

Por otro lado no debemos olvidar lo que la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) señalaba en su informe “que toda una generación de niños y jóvenes ha visto truncada o empobrecida su formación escolar y universitaria como resultado del conflicto”. No cabe duda que muchos de los jóvenes de hoy son hijos del periodo de violencia que vivió el país por 20 años y como lo señala el informe, esta violencia “intensificó hasta niveles insoportables el miedo y la desconfianza, que a su vez contribuyeron a fragmentar y atomizar la sociedad. En esas condiciones, el sufrimiento extremo ha causado resentimiento y ha teñido de recelo y violencia la convivencia social y las relaciones interpersonales”. La herida de la violencia política sigue abierta y las secuelas “pesan como una grave hipoteca sobre nuestro futuro y afectan decisivamente nuestra construcción como comunidad nacional de ciudadanos libres e iguales en un país democrático y plural, que avance por el camino del desarrollo y la equidad”. De ahí que el Estado no puede evadir las recomendaciones de la CVR, por el contrario, su implementación se hace cada día más urgente, pues, si bien hoy no se destruyen antenas, no hay coches bombas esperando en las calles, si hay miedo, dolor, desconfianza, inseguridad, desesperación. Quizá esto no lo sientan quienes viven rodeados de toda un contingente de seguridad, pero si aquellos que viven en el lugar mismo donde se sucede la violencia social, quienes tiene que andar “a cuatro ojos” para no ser asaltados o dejados tirados en la pista de un tiro en la cabeza como le sucedió al pequeño Diego.