Muchas varones no nos reconocemos como sujetos que ejercemos violencia en nuestro hogar: “Nunca le he pegado a mi esposa” dicen unos, “en mi casa todo marcha tranquilo, llevamos la fiesta en paz” aluden otros. Otros por el contrario, reconocen haber ejercido alguna vez violencia pero, a su entender, es cosa del pasado, “actualmente he superado mi violencia” y un buen grupo alude que la violenta es de la mujer pues ella empieza con sus gritos no dejándoles ninguna opción para calmarla que “obligándolos a meterle su chiquita” En cada uno de estos casos, lo que habría que preguntarnos es a qué llamamos violencia o que acciones y actitudes consideramos como violentas y porqué es que nuestra pareja “nos provoca”.
Violencia no es solo presencia de golpes o maltrato físico. La violencia es el ejercicio del poder mediante el uso de la fuerza que puede ser física, sexual, verbal, emocional, económica, que afecta de manera negativa la integridad física o psicológica de la otra persona o de una colectividad. La violencia busca dañar emocionalmente a la persona, porque la desgasta y le quita su poder de sobrevivir, para que exista se tiene que dar un desnivel de poder entre quien ejerce la violencia y quien es violentado/a, de arriba hacia abajo, es decir se tienen que dar condiciones de posibilidad.
La violencia tenemos que diferenciarla de la agresividad. Esta última es un recurso instintivo de todo ser vivo que le permite preservar la vida, resistir o enfrentar un medio adverso que le impide satisfacer sus necesidades básicas, es por ello que cuando decimos que es la mujer la que nos “provoca”, en realidad lo que ella está demostrando es su agresividad, ese instinto que reclama la satisfacción de una necesidad vital: afecto, libertad, cariño, consideración, respeto, alimento. En cambio la violencia no solo representa un conjunto de agresiones, por más que produzca daño físico o psicológico a quien lo recibe, sino que estas agresiones tienen una intencionalidad, la de controlar, intimidar y someter al otro.
Las causas de la violencia son varias y variadas entre las que podemos mencionar la gama de creencias y mitos que se han construida en la sociedad respecto a varones y mujeres. Creencias como aquella que el varón es superior a la mujer y la mujer es propiedad del varón contribuye a que muchos varones lleguen a creer que pueden hacer con ella lo que quieran, incluso violentarla. Esta “superioridad” ha llevado al varón a estar siempre a la defensiva, de ahí que cada vez que se presenta diferencias entre él y la mujer, la única manera de hacer “respetar su superioridad” es mediante la violencia.
Por otro lado está la construcción social de la masculinidad que le ha llevado a reprimir determinados sentimientos naturales en él y reforzar otros que a la mujer le son negados. Así nos encontramos que los sentimientos permitidos para los varones son la ira y la hostilidad. No les está permitido socialmente tener miedo, dolor, afecto, vergüenza, ternura, deseo de ser protegido pues la sociedad ha destinado estos como exclusivos de la mujer. Entonces cuando se presentan estos sentimientos que son muy naturales en el ser humano, los varones los reprimimos y muchas veces los confundimos y expresamos a través de aquellos permitidos o a través del ejercicio de la violencia.
Desde esta visión tenemos que preguntarnos: ¿Es posible no usar la violencia, incluyendo la emocional, en una sociedad machista y que discrimina a la mujer?. Desde el Programa de Hombres que Renuncian a su Violencia (PHRSV) decimos que si es posible, pues la violencia no es algo biológico, natural al ser humano, por el contrario la hemos aprendido y quienes la ejercen no hacen más que replicar aprendizajes inculcados desde la niñez a través del ejemplo de sus padres y de la sociedad en su conjunto. Entonces lo que tenemos que hacer es empezar a desaprenderla y cambiar nuestro estilo de ser varones. Este cambio pasa en primer lugar por que nosotros los varones reconozcamos que ejercemos violencia y responsabilizarnos de ella. Pasa por entender y comprometernos en aprender a resolver nuestros conflictos de manera no violenta y por sobre todo pasa por que renunciemos a nuestra posición de autoridad y privilegios que tenemos los varones por actitudes igualitarias entre varones y mujeres, en fidelidad a nuestros sentimientos y no según la construcción que la sociedad ha hecho de nuestra masculinidad. En definitiva, se trata de ser menos hombres, más humanos.
Violencia no es solo presencia de golpes o maltrato físico. La violencia es el ejercicio del poder mediante el uso de la fuerza que puede ser física, sexual, verbal, emocional, económica, que afecta de manera negativa la integridad física o psicológica de la otra persona o de una colectividad. La violencia busca dañar emocionalmente a la persona, porque la desgasta y le quita su poder de sobrevivir, para que exista se tiene que dar un desnivel de poder entre quien ejerce la violencia y quien es violentado/a, de arriba hacia abajo, es decir se tienen que dar condiciones de posibilidad.
La violencia tenemos que diferenciarla de la agresividad. Esta última es un recurso instintivo de todo ser vivo que le permite preservar la vida, resistir o enfrentar un medio adverso que le impide satisfacer sus necesidades básicas, es por ello que cuando decimos que es la mujer la que nos “provoca”, en realidad lo que ella está demostrando es su agresividad, ese instinto que reclama la satisfacción de una necesidad vital: afecto, libertad, cariño, consideración, respeto, alimento. En cambio la violencia no solo representa un conjunto de agresiones, por más que produzca daño físico o psicológico a quien lo recibe, sino que estas agresiones tienen una intencionalidad, la de controlar, intimidar y someter al otro.
Las causas de la violencia son varias y variadas entre las que podemos mencionar la gama de creencias y mitos que se han construida en la sociedad respecto a varones y mujeres. Creencias como aquella que el varón es superior a la mujer y la mujer es propiedad del varón contribuye a que muchos varones lleguen a creer que pueden hacer con ella lo que quieran, incluso violentarla. Esta “superioridad” ha llevado al varón a estar siempre a la defensiva, de ahí que cada vez que se presenta diferencias entre él y la mujer, la única manera de hacer “respetar su superioridad” es mediante la violencia.
Por otro lado está la construcción social de la masculinidad que le ha llevado a reprimir determinados sentimientos naturales en él y reforzar otros que a la mujer le son negados. Así nos encontramos que los sentimientos permitidos para los varones son la ira y la hostilidad. No les está permitido socialmente tener miedo, dolor, afecto, vergüenza, ternura, deseo de ser protegido pues la sociedad ha destinado estos como exclusivos de la mujer. Entonces cuando se presentan estos sentimientos que son muy naturales en el ser humano, los varones los reprimimos y muchas veces los confundimos y expresamos a través de aquellos permitidos o a través del ejercicio de la violencia.
Desde esta visión tenemos que preguntarnos: ¿Es posible no usar la violencia, incluyendo la emocional, en una sociedad machista y que discrimina a la mujer?. Desde el Programa de Hombres que Renuncian a su Violencia (PHRSV) decimos que si es posible, pues la violencia no es algo biológico, natural al ser humano, por el contrario la hemos aprendido y quienes la ejercen no hacen más que replicar aprendizajes inculcados desde la niñez a través del ejemplo de sus padres y de la sociedad en su conjunto. Entonces lo que tenemos que hacer es empezar a desaprenderla y cambiar nuestro estilo de ser varones. Este cambio pasa en primer lugar por que nosotros los varones reconozcamos que ejercemos violencia y responsabilizarnos de ella. Pasa por entender y comprometernos en aprender a resolver nuestros conflictos de manera no violenta y por sobre todo pasa por que renunciemos a nuestra posición de autoridad y privilegios que tenemos los varones por actitudes igualitarias entre varones y mujeres, en fidelidad a nuestros sentimientos y no según la construcción que la sociedad ha hecho de nuestra masculinidad. En definitiva, se trata de ser menos hombres, más humanos.