lunes, 27 de octubre de 2008

MÁS CORRUPCIÓN MÁS POBREZA


Publicado en diario El Tiempo, domingo 26 de octubre del 2008.


En esta semana, acabo de tener un taller con dirigentes y autoridades de la Microcuenca de Palo Blanco en el distrito de Pacaipampa. Palo Blanco, es una de las ocho microcuencas con las que cuenta dicho distrito y está a una distancia aproximada de cincuenta kilómetros de su capital, en medio de los hermosos páramos andinos. El taller tenía como finalidad socializar con los dirigentes, autoridades y pueblo en general de dichos sectores, el Sistema de Participación Ciudadana que la Municipalidad, conjuntamente con CIPCA, vienen impulsando para lograr involucrar a la población en la toma de decisiones, es decir, en la gestión de su propio desarrollo. La tarea no es nada fácil, pero si muy afín con los derechos políticos de cada una de los ciudadanos de esa zona de nuestra región y que sin duda permitirá vigilar y optimizar el mejor uso de los recursos del gobierno local

Junto a la riqueza que significo el compartir con los campesinos y campesinas de esta parte del territorio, fue muy gratificante encontrar expresiones concretas de honestidad. Gestos concretos de este valor que está muy ausente en el actuar de muchos líderes de nuestra clase política. La praxis de la honestidad es, sin duda, un elemento que diferencia a muchos políticos de los ciudadanos y ciudadanas de esta serranía. Fue precisamente esta honestidad la que llevó a una de las campesinas a reconocer su tardanza y por ende, a no exigir su almuerzo; fue esta honestidad la que hizo desistir a dos campesinos el aceptar ser presidentes del Comité de Desarrollo de la Microcuenca por estar ocupados en otras “cositas”. En fin, fue la honestidad la que impulsó a otros cuatro campesinos a aceptar sus limitaciones, no como desgracia personal, sino como un derecho que el Estado les ha negado: el derecho a la educación.

Por otro lado, el contacto con este pueblo serrano, confirmó el divorcio de nuestra clase política con los pobres del Perú. Una pobreza que interpela, desafía y lástima hasta el fondo del alma. Precisamente, el encuentro con este pueblo sufriente es el que hace falta a nuestras autoridades para que dejen de estar preocupadas por meter zancadilla a quien está en el bando opuesto; para que superen la práctica del simple discurso sin nada de acción; para que dejen de influir a favor de las grandes empresas, de amigos y familiares y apuesten, efectivamente, por estos rostros sufrientes que, desde muchos siglos atrás, les siguen negando sus legítimos derechos elementales. Frente a ellos la palabras sobran, la corrupción que campea en el Perú es sencillamente una traición a nuestra propia humanidad y a este pueblo, que a pesar de su pobreza, no duda en darnos lecciones de honestidad.

Al finalizar el taller, una abuelita nos saluda muy amablemente y nos pregunta con cierto temor: “¿No tendrán alguna pastillita para la gripe?” Nuestra respuesta fue con otra pregunta “¿qué le pasa?” “No, no es para mi” nos responde, “es para mi chinita que está enfermita”. A su costado está una niña de cuatro a cinco años de edad, abrigada con una chompa, con un sombrero multicolor en su diminuta cabeza, unas baquetas llenas de lodo en sus pies y con una tos con flema que, junto a su débil mirada, nos indicaban la fuerte gripe de la que es víctima. “La posta está cerrada y mi chinita esta muy enfermita” nos replica. Estos cuadros se repiten a cada momento, pero quienes fueron elegidos para solucionar esta problemática que agobia a esta anciana y dar salud a esta niña prefieren pensar en ganarse cien mil soles aceitando gente o ponerse de acuerdo en cómo adueñarse de los gastos operativos. Frente a estos casos nadie dice nada, pero si se organizan movilizaciones para pedir libertar de quien dañó la honra de otra persona. En definitiva, la corrupción que se ha metido en los estamentos del estado no permite que los pobres estén en la agenda nacional y solo se acuerden de él cuando se desea continuar saqueando el erario nacional; a más corrupción más pobreza.

Precisamente la miseria de nuestra gente es la que debe movilizarnos, a cada ciudadano y ciudadana, a luchar contra esa podredumbre que se ha instalado en muchas instancias de la administración pública y que termina robando el pan y la pastilla que esta niña necesita. Esto no puede seguir.

jueves, 16 de octubre de 2008

PEDIR AYUDA ES TAMBIEN DE HOMBRES

Para nosotros los varones,
superar nuestra violencia sin pedir ayuda
es como el sueño de aquel que pretende llegar a la azotea
sin hacer uso de las escaleras.
¿Pedir ayuda? ¿Qué es eso? ¿Es una broma verdad? Son preguntas que quizá surjan en los varones que leemos esta frase acostumbrados a considerarnos autosuficientes, superiores, los que no necesitan nada ni a nadie, aquellos que cuando caemos rehusamos la mano del amigo/a con el siempre presente, tajante y cínico “no es para tanto” a pesar que la necesitemos. Pues si hay algo que la masculinidad hegemónica nos ha inculcado es que ser hombre es salir siempre airoso de cualquier situación que se nos presenta por nosotros mismo, si ayuda de nadie.

Pero ¿por qué a nosotros los varones nos cuesta pedir ayuda? ¿qué es lo que está detrás de esa negativa?. En ello, mucho tiene que ver la construcción social de nuestra masculinidad. Desde niños hemos sido educados para resistir y salir airosos de cualquier situación. Ejemplos clásicos de ello es que cuando un bebe varón cae al suelo el “déjalo que se pare”, “acaso no es hombre” se presentan inmediatamente. A diferencia de la mujer, hemos sido educados para ser rudos, fuertes, toscos, incluso groseros, lo que en el fondo supone el valernos por nosotros mismos lo que provoca que la ayuda sea una cosa ajena a nosotros, mucho menos si esa ayuda viene de una mujer o de una persona a quien nosotros consideramos inferior.

El pedir ayuda en nuestra cultura se ha convertido en un signo de debilidad, contrario a lo que la masculinidad hegemónica considera como atribuciones masculinas: fuerte. Pero este rehusar la ayuda, hace de nosotros los varones seres aislados, nos lleva ahogarnos en un mar de dolor y por sobre todo perder la gran maravilla de compartir y recibir sugerencias para el cambio, superación y por ende para nuestra realización personal. Las veces que comunicamos problemas, no lo hacemos con el afán de ser ayudados sino simplemente como una manera de desfogar lo que llevamos dentro o lo que es peor, con el afán de demostrar que a pesar de ello nos mantenemos inalterables, imperturbables; Nos las podemos arreglar solos.

En el caso de la violencia familiar, que mayoritariamente es ejercida del varón hacia la mujer, la negativa de los varones a buscar ayuda para superar su violencia se hace evidente. Creen que ellos, por si solos van a cambiar de ahí que es común encontrar en varones que violentan a sus esposas he hijos un auto compromisos de “ya no lo volveré hacer”, sin embargo vuelven a ejercerla y el compromiso hecho es dejado de lado. Por ello, es importante señalar que, pedir ayuda es también de hombres, es de humanos dada nuestra condición de seres inacabados, seres en camino hacia... y que mejor que este caminar sea de la mano con nuestros/as coetáneos/as. Pedir ayuda, no es perder, no es mostrar debilidad, sino algo común a todas las personas. Al contrario, el pedir ayuda se convierte en la gran oportunidad que se nos presenta a los varones para crecer, desarrollarnos y en el caso de nuestra violencia doméstica como la única, mejor e ineludible vía para superarla; pedir ayuda es también de hombres.

Sin embargo, es importnte que la ayuda que los varones necesitan para superar su violencia tiene que estar libre de complicidades. Es muy común encontrar casos en los que, lejos de ayudar a superar la violencia, la agravan, la legitiman, he incluso, inconscientemente, la incentiva debido a que quien brinda la ayuda comparte ideas y creencias que la alientan y culpabilizan a la mujer como la causante de la violencia que se ejerce sobre ella. La ayuda a quien ejerce violencia doméstica sólo será eficiente y eficaz si viene de quien o quienes han pasado o están pasando por un proceso de superación de su propia violencia; por un proceso de desconstrución de sus propias creencias y valores que incitan a la violencia.