Publicado en diario El Tiempo, domingo 26 de octubre del 2008.
En esta semana, acabo de tener un taller con dirigentes y autoridades de la Microcuenca de Palo Blanco en el distrito de Pacaipampa. Palo Blanco, es una de las ocho microcuencas con las que cuenta dicho distrito y está a una distancia aproximada de cincuenta kilómetros de su capital, en medio de los hermosos páramos andinos. El taller tenía como finalidad socializar con los dirigentes, autoridades y pueblo en general de dichos sectores, el Sistema de Participación Ciudadana que la Municipalidad, conjuntamente con CIPCA, vienen impulsando para lograr involucrar a la población en la toma de decisiones, es decir, en la gestión de su propio desarrollo. La tarea no es nada fácil, pero si muy afín con los derechos políticos de cada una de los ciudadanos de esa zona de nuestra región y que sin duda permitirá vigilar y optimizar el mejor uso de los recursos del gobierno local
Junto a la riqueza que significo el compartir con los campesinos y campesinas de esta parte del territorio, fue muy gratificante encontrar expresiones concretas de honestidad. Gestos concretos de este valor que está muy ausente en el actuar de muchos líderes de nuestra clase política. La praxis de la honestidad es, sin duda, un elemento que diferencia a muchos políticos de los ciudadanos y ciudadanas de esta serranía. Fue precisamente esta honestidad la que llevó a una de las campesinas a reconocer su tardanza y por ende, a no exigir su almuerzo; fue esta honestidad la que hizo desistir a dos campesinos el aceptar ser presidentes del Comité de Desarrollo de la Microcuenca por estar ocupados en otras “cositas”. En fin, fue la honestidad la que impulsó a otros cuatro campesinos a aceptar sus limitaciones, no como desgracia personal, sino como un derecho que el Estado les ha negado: el derecho a la educación.
Por otro lado, el contacto con este pueblo serrano, confirmó el divorcio de nuestra clase política con los pobres del Perú. Una pobreza que interpela, desafía y lástima hasta el fondo del alma. Precisamente, el encuentro con este pueblo sufriente es el que hace falta a nuestras autoridades para que dejen de estar preocupadas por meter zancadilla a quien está en el bando opuesto; para que superen la práctica del simple discurso sin nada de acción; para que dejen de influir a favor de las grandes empresas, de amigos y familiares y apuesten, efectivamente, por estos rostros sufrientes que, desde muchos siglos atrás, les siguen negando sus legítimos derechos elementales. Frente a ellos la palabras sobran, la corrupción que campea en el Perú es sencillamente una traición a nuestra propia humanidad y a este pueblo, que a pesar de su pobreza, no duda en darnos lecciones de honestidad.
Al finalizar el taller, una abuelita nos saluda muy amablemente y nos pregunta con cierto temor: “¿No tendrán alguna pastillita para la gripe?” Nuestra respuesta fue con otra pregunta “¿qué le pasa?” “No, no es para mi” nos responde, “es para mi chinita que está enfermita”. A su costado está una niña de cuatro a cinco años de edad, abrigada con una chompa, con un sombrero multicolor en su diminuta cabeza, unas baquetas llenas de lodo en sus pies y con una tos con flema que, junto a su débil mirada, nos indicaban la fuerte gripe de la que es víctima. “La posta está cerrada y mi chinita esta muy enfermita” nos replica. Estos cuadros se repiten a cada momento, pero quienes fueron elegidos para solucionar esta problemática que agobia a esta anciana y dar salud a esta niña prefieren pensar en ganarse cien mil soles aceitando gente o ponerse de acuerdo en cómo adueñarse de los gastos operativos. Frente a estos casos nadie dice nada, pero si se organizan movilizaciones para pedir libertar de quien dañó la honra de otra persona. En definitiva, la corrupción que se ha metido en los estamentos del estado no permite que los pobres estén en la agenda nacional y solo se acuerden de él cuando se desea continuar saqueando el erario nacional; a más corrupción más pobreza.
Precisamente la miseria de nuestra gente es la que debe movilizarnos, a cada ciudadano y ciudadana, a luchar contra esa podredumbre que se ha instalado en muchas instancias de la administración pública y que termina robando el pan y la pastilla que esta niña necesita. Esto no puede seguir.
Junto a la riqueza que significo el compartir con los campesinos y campesinas de esta parte del territorio, fue muy gratificante encontrar expresiones concretas de honestidad. Gestos concretos de este valor que está muy ausente en el actuar de muchos líderes de nuestra clase política. La praxis de la honestidad es, sin duda, un elemento que diferencia a muchos políticos de los ciudadanos y ciudadanas de esta serranía. Fue precisamente esta honestidad la que llevó a una de las campesinas a reconocer su tardanza y por ende, a no exigir su almuerzo; fue esta honestidad la que hizo desistir a dos campesinos el aceptar ser presidentes del Comité de Desarrollo de la Microcuenca por estar ocupados en otras “cositas”. En fin, fue la honestidad la que impulsó a otros cuatro campesinos a aceptar sus limitaciones, no como desgracia personal, sino como un derecho que el Estado les ha negado: el derecho a la educación.
Por otro lado, el contacto con este pueblo serrano, confirmó el divorcio de nuestra clase política con los pobres del Perú. Una pobreza que interpela, desafía y lástima hasta el fondo del alma. Precisamente, el encuentro con este pueblo sufriente es el que hace falta a nuestras autoridades para que dejen de estar preocupadas por meter zancadilla a quien está en el bando opuesto; para que superen la práctica del simple discurso sin nada de acción; para que dejen de influir a favor de las grandes empresas, de amigos y familiares y apuesten, efectivamente, por estos rostros sufrientes que, desde muchos siglos atrás, les siguen negando sus legítimos derechos elementales. Frente a ellos la palabras sobran, la corrupción que campea en el Perú es sencillamente una traición a nuestra propia humanidad y a este pueblo, que a pesar de su pobreza, no duda en darnos lecciones de honestidad.
Al finalizar el taller, una abuelita nos saluda muy amablemente y nos pregunta con cierto temor: “¿No tendrán alguna pastillita para la gripe?” Nuestra respuesta fue con otra pregunta “¿qué le pasa?” “No, no es para mi” nos responde, “es para mi chinita que está enfermita”. A su costado está una niña de cuatro a cinco años de edad, abrigada con una chompa, con un sombrero multicolor en su diminuta cabeza, unas baquetas llenas de lodo en sus pies y con una tos con flema que, junto a su débil mirada, nos indicaban la fuerte gripe de la que es víctima. “La posta está cerrada y mi chinita esta muy enfermita” nos replica. Estos cuadros se repiten a cada momento, pero quienes fueron elegidos para solucionar esta problemática que agobia a esta anciana y dar salud a esta niña prefieren pensar en ganarse cien mil soles aceitando gente o ponerse de acuerdo en cómo adueñarse de los gastos operativos. Frente a estos casos nadie dice nada, pero si se organizan movilizaciones para pedir libertar de quien dañó la honra de otra persona. En definitiva, la corrupción que se ha metido en los estamentos del estado no permite que los pobres estén en la agenda nacional y solo se acuerden de él cuando se desea continuar saqueando el erario nacional; a más corrupción más pobreza.
Precisamente la miseria de nuestra gente es la que debe movilizarnos, a cada ciudadano y ciudadana, a luchar contra esa podredumbre que se ha instalado en muchas instancias de la administración pública y que termina robando el pan y la pastilla que esta niña necesita. Esto no puede seguir.