¿Quién no ha sido ofendido alguna vez en su vida? Ofensas tenemos a diario, de todo tipo y muchas de ellas son en realidad delitos muy graves; La violación que sufrió aquella chica, el robo del que hemos sido víctimas, la deslealtad del mejor amigo, el insulto y la burla de los compañeros/as que nos incomoda enormemente, etc. Acciones que nos hieren en lo más profundo de nuestro ser y afectan el sentido de nuestra vida, resquebrajan nuestra seguridad, generando desconfianza hacia los demás debilitando nuestra natural sociabilidad. Es lo que en las Escuelas del perdón y reconciliación llamamos las tres eses de la persona humana.
Sí es verdad que la ofensa afecta las tres eses de nuestra humanidad, también es cierto que hace daño continuar odiando por siempre a quien ofendió y dejar que el recuerdo de la ofensa siga afectando la vida presente. Hay necesidad de cicatrizar esa herida en aras de la salud emocional y corporal, de superar esa rabia, ira y hostilidad que acorrala y no deja sanar el dolor y sufrimiento, sacar esa cólera contra quien ofendió y que equivale a tomar veneno yo mismo esperando la muerte del otro, como nos lo decía William Shakespeare. De esta manera y por el bien de nuestra salud mental y corporal, se nos presenta un gran desafío a quienes hemos sido víctima de alguna ofensa, nada sencillo por cierto: perdonar.
Si bien el perdón lo podemos entender como algo que doy a quien me ofendió, aquí lo concebimos como un bien para mi, algo que me doy a mi mismo y hace que aquella ofensa vivida en el pasado, por dura que haya sido, no me afecte en mi vida presente. Proceso nada fácil pero necesario para quienes deseamos alcanzar esa paz mental que tanto deseamos. El perdón es un ejercicio que yo hago conmigo mismo. Es el ejercicio de sacarme el veneno de la rabia y del rencor que yo tiendo a reciclar por dentro y que tiene consecuencias negativas en todo mi ser. Para lograrlo es fundamental, nombrar la rabia y al ofensor, re-estructurar la ofensa a través de la memoria, y sobre todo, volver a ganar poder sobre las propias emociones. Es ese complejo y difícil ejercicio de recuperar la armonía interior, pero nada imposible para quien lo desea.
Hay tres herramientas necesarias para lograr hacer el proceso de perdonar. Una de ellas, brindar un ambiente seguro y cómodo, caracterizado por la confidencialidad que permita a la persona expresar su dolor y que ese dolor no se diluya si no que le ayude a recomponer las partes de su ser. Otra herramienta fundamental es ayudar a contar la historia de lo sucedido, contar y hacer memoria es un ejercicio de alto valor sanador. Una tercera herramienta es lograr gradualmente una resocialización, este proceso le permite a la persona recobrar la capacidad de relacionarse adecuadamente con los demás, incluso, a futuro, con quien la ofendió.
En palabras de Robin Casarjian, el perdón es una decisión de mirar más allá de los límites de la personalidad, una actitud para ver a quien nos ofendió con ojos nuevos y un proceso que nos exige cambiar nuestras percepciones una y otra vez. En definitiva, el perdón es una forma de vida, que nos convierte gradualmente de víctimas de nuestras circunstancias en poderosos y amorosos cocreadores de nuestra realidad, que supone el compromiso de ver cada instante como algo nuevo, con claridad y sin temor, independientemente de si se cree o no en Dios. Así lo entendieron los y las jóvenes del programa Manitos Creciendo con quien en estos últimos meses he compartido su experiencia de perdonar y quienes terminaron por entender que contra la irracionalidad destructiva de la violencia tenemos que ofrecer continuamente la irracionalidad del perdón.
Sí es verdad que la ofensa afecta las tres eses de nuestra humanidad, también es cierto que hace daño continuar odiando por siempre a quien ofendió y dejar que el recuerdo de la ofensa siga afectando la vida presente. Hay necesidad de cicatrizar esa herida en aras de la salud emocional y corporal, de superar esa rabia, ira y hostilidad que acorrala y no deja sanar el dolor y sufrimiento, sacar esa cólera contra quien ofendió y que equivale a tomar veneno yo mismo esperando la muerte del otro, como nos lo decía William Shakespeare. De esta manera y por el bien de nuestra salud mental y corporal, se nos presenta un gran desafío a quienes hemos sido víctima de alguna ofensa, nada sencillo por cierto: perdonar.
Si bien el perdón lo podemos entender como algo que doy a quien me ofendió, aquí lo concebimos como un bien para mi, algo que me doy a mi mismo y hace que aquella ofensa vivida en el pasado, por dura que haya sido, no me afecte en mi vida presente. Proceso nada fácil pero necesario para quienes deseamos alcanzar esa paz mental que tanto deseamos. El perdón es un ejercicio que yo hago conmigo mismo. Es el ejercicio de sacarme el veneno de la rabia y del rencor que yo tiendo a reciclar por dentro y que tiene consecuencias negativas en todo mi ser. Para lograrlo es fundamental, nombrar la rabia y al ofensor, re-estructurar la ofensa a través de la memoria, y sobre todo, volver a ganar poder sobre las propias emociones. Es ese complejo y difícil ejercicio de recuperar la armonía interior, pero nada imposible para quien lo desea.
Hay tres herramientas necesarias para lograr hacer el proceso de perdonar. Una de ellas, brindar un ambiente seguro y cómodo, caracterizado por la confidencialidad que permita a la persona expresar su dolor y que ese dolor no se diluya si no que le ayude a recomponer las partes de su ser. Otra herramienta fundamental es ayudar a contar la historia de lo sucedido, contar y hacer memoria es un ejercicio de alto valor sanador. Una tercera herramienta es lograr gradualmente una resocialización, este proceso le permite a la persona recobrar la capacidad de relacionarse adecuadamente con los demás, incluso, a futuro, con quien la ofendió.
En palabras de Robin Casarjian, el perdón es una decisión de mirar más allá de los límites de la personalidad, una actitud para ver a quien nos ofendió con ojos nuevos y un proceso que nos exige cambiar nuestras percepciones una y otra vez. En definitiva, el perdón es una forma de vida, que nos convierte gradualmente de víctimas de nuestras circunstancias en poderosos y amorosos cocreadores de nuestra realidad, que supone el compromiso de ver cada instante como algo nuevo, con claridad y sin temor, independientemente de si se cree o no en Dios. Así lo entendieron los y las jóvenes del programa Manitos Creciendo con quien en estos últimos meses he compartido su experiencia de perdonar y quienes terminaron por entender que contra la irracionalidad destructiva de la violencia tenemos que ofrecer continuamente la irracionalidad del perdón.